jueves, 9 de febrero de 2012

Rompo una

lanza por la gente que, hoy en día, es criticada y juzgada por no ser enamoradizos en sus relaciones, por ocultar sus sentimientos hasta el punto de hacer creer a los otros que ni los tienen y por dirigirse a las personas, en especial a las del sexo opuesto, intentando mantener cierta distancia.

No escribiré sobre esto para parecer sensible, para parecer mejor persona o para agradar a los que lo lean. Escribiré como reacción a cosas que veo, que siento y leo.

Detrás de este comportamiento se esconde, presumiblemente y en muchos de los casos, una palabra: daño.


Porque quizás muchas de las personas a las que conocemos y que actúan de tal modo fueron en su momento lo que conocemos por personas "sensibles", "amables", "cercanas" o, como dije al empezar esta entrada, "enamoradizos". Quizás lo dieron todo de una vez, agotaron sus reservas hasta que una persona, una situación o un pequeño matiz grabaron las letras de esa palabra que juega a esconderse en su memoria y en sus recuerdos. Significaron un punto de inflexión, una razón para crear un caparazón y para ser reacio a cierto tipo de situaciones. Y a partir de ese momento es cuando derivan las quejas desde el exterior.
Pero habría que plantearse una pregunta antes de abrir la boca e irse de la lengua: ¿y qué?

Todas las personas sienten, lo demuestren o no, lo apreciemos o no. Ese punto de inflexión significa evolución personal, significa buscar otros caminos para conseguir exactamente el mismo objetivo. Es sinónimo, en cierto modo, de la renuncia a la felicidad de lo que "me" rodea para acceder a la búsqueda de la "mía" propia.

Y en algunos momentos de la vida es necesario que suceda, incluso a los que tienen el "papel de malos" en esta película, a los que hablan por hablar y por seguir hablando. Porque aunque parezca irónico o humorístico,  funciona como las baterías, con cargas y descargas. Un día estás en la cima y de pronto estás en lo más bajo, un día estás lleno y al día siguiente vacío.

Aún así, después de esta parrafada, nunca conviene olvidar que, si bien es cierto que la causa es la descarga de la propia batería (por cualquier tipo de condición), una posible consecuencia es que aparezca alguien o algo, una situación o, nunca mejor dicho, una chispa que vuelva a recargarnos y que destruya el caparazón que, queriendo o sin quererlo, creamos un día a nuestro alrededor.

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